EL PAPA FRANCISCO N’AIS PAS CHARLIE
Estoy entre los que simpatizaban por primera vez abiertamente con un
papa, más por necesidad de positivismo ante el negro panorama de la vida que por albergar esperanzas de redención en la Iglesia de San Pedro. El talante
campechano de Bergoglio, espontáneo e inteligente, junto a sus iniciativas para combatir la aristocracia, la corrupción o la hipocresía clericales, hipocresía que tapa la
pedofilia entre sus miembros mientras condena sin misericordia la
homosexualidad, justificaban dicha simpatía. Y estoy entre los que han dejado
perplejos sus manifestaciones del pasado jueves desde el cielo, cuando volaba
de Sri Lanka a Filipinas en uno de sus viajes apostólico-ecuménicos. A sus pies
dejaba un territorio donde católicos, musulmanes, budistas e hinduistas van a
rezar juntos al santuario cristiano de Nuestra Señora del Rosario en Madhu y
donde, según declaró, todos reciben gracias. En Filipinas le esperaba la
comunidad católica más numerosa en un país asiático (cerca de 80 millones) junto
a la amenaza insidiosa del terrorismo islámico representado por las
organizaciones de Abu Sayaf y de los Luchadores por la Libertad Islámica del
Bangsamoro, que en agosto del año pasado se declararon tributarias del IS
(Estado Islámico).
El papa Francisco, en una misma intervención, condenaba el atentado del semanario Charlie Hebdo con la frase “Matar en nombre de Dios es una aberración”, extendiéndose luego en consideraciones sobre los límites de la libertad de expresión cuando ésta incurre en la crítica de lo religioso. "No se pude provocar, no se puede insultar la fe de los demás. No se puede burlarse de la fe. No se puede". Oportunismo de mal gusto. No nos lo imaginamos en las exequias a los doce asesinados dirigiéndose a los presentes con una condena general al acto homicida seguida de una condena particular a cada una de las víctimas. Menos aún podríamos esperar que el Padre Santo de la otra mejilla (Mateo 5.38-39) justificara la agresión al prójimo por visceralidad, pues tan visceral es responder con un puñetazo a una ofensa hecha a la madre de uno - tal haría Jorge Mario Bergoglio con el doctor Gasbarri si se atreviera a ello (avisado queda), por utilizar su ejemplo - como atacar con metralleta a quien ofende tus creencias religiosas.
Jorge Mario Bergoglio se halla metido en una campaña por el diálogo interreligioso que facilite la convivencia pacífica con las otras grandes religiones del mundo y que aproxime entre sí a las cismáticas de la propia, caso de los ortodoxos. Viajó a Tierra Santa en mayo de 2014. Allí se encontró con el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, visitó la Explanada de las mezquitas y se reunió con el gran Muftí de Jerusalén, Mohamad Ahmad Husein, oró en el Muro de las Lamentaciones acompañado por un amigo rabino y giró visitas a mandatarios y lugares simbólicos del sionismo. En noviembre visitó Turquía, fue recibido por el presidente Recep Tayyip Erdogan, oró en la Mezquita Azul con el Gran Mufti, Mehmet Gormez, volvió a departir con el patriarca ortodoxo con quien firmó una declaración conjunta por la reconciliación, y quiso aproximarse de sentimiento a los coptos de Egipto y a los caldeos de Mosul (Irak), que estaban sufriendo atentados por su confesión cristiana. En el viaje de vuelta a Roma confesó a los periodistas de la comitiva que le agradaría mucho visitar al patriarca ortodoxo de Moscú, Putin mediante. Con los luteranos aún no se ha significado.
Estamos convencidos de que las declaraciones de Bergoglio sobre la masacre del Charlie Hebdo parecieron bien a todos los interlocutores de su programa de diálogo interreligioso puesto que pese a las marcadas diferencias de sus credos comparten intereses comunes:
En algún país son minoritarios y pueden verse, por ello, anulados o perseguidos. Unos más que otros, pero todos, necesitan hacer profesión de fe ante sí mismos y ante los demás mediante ritos, celebraciones, hábitos de comportamiento o formas de vestir, profesión de fe que cuanto más pública sea más proselitista será. Sus creencias se arrogan inspiración divina, son sagradas en grado sumo por tanto. Es el Altísimo quien dicta personalmente el credo a profetas, los periodistas de Dios, a quienes se inviste de santidad por este motivo, cuando no de inviolabilidad. Son dogmáticas, sólo se pueden aprehender mediante la fe y no queda otra que acudir a la interpretación de los doctos sacerdotes si uno quiere guiarse por la senda recta de la verdad. Si lo profano entra a discutir lo sagrado por medios vulgares como caricaturas, chistes o sátiras, lo sagrado puede quedar desvestido de la imponente autoridad que asegura la cohesión y la obediencia de los creyentes mediante la fe. ¿La fe, qué es la fe? La fe es la seguridad en que algo es o será sobre lo que no se pueden aportar pruebas o dar explicaciones racionales.
Cada creencia impone a sus correligionarios unos límites a la libertad de expresión que buscan preservar esa fe visceral de la contaminación de la duda que lleva al conocimiento empírico o a la descreencia. Si los estados laicos limitan su libertad de expresión en función de los límites arbitrarios o sagrados que impongan las religiones toleradas generosamente en su seno, pasarían de ser laicos a ser interreligiosos. El Estado laico dejaría de tolerar a las religiones para que las religiones pasaran a tolerar a los laicos. La libertad religiosa no puede constreñir las libertades ciudadanas de países democráticos constitucionalmente aconfesionales. Podemos respetar que los musulmanes no representen en figura a su profeta, lo lamentamos, pero en las sociedades occidentales hacerlo no significa ofensa. La última portada del Charlie Hebdo y primera tras la masacre de su consejo de redacción tiene más bonhomía y virtud que todas las voces del mundo musulmán que se han apresurado a compensar sus fariseas condolencias por el atentado con una nueva andanada de furias ante el dibujo de un supuesto Mahoma - ¿No podría ser un musulmán cualquiera con turbante o un ulema, o un imam? – que aparece bajo el letrero “Todo está perdonado” y que lleva otro en el pecho con la frase “Je suis Charlie” y al que, en tercer lugar, le cae una lágrima de tristeza. La libertad de expresión debe tener límites, sin duda, señor Bergoglio, pero esos límites los deben determinar las leyes no de inspiración divina, sino de consenso humano.
Jesús Mª Ventosa Pérez
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